jueves, 10 de noviembre de 2011

Una vez viví allí


Hoy he recordado que una vez viví allí.

De día subía y bajaba el Vía Crucis decenas de veces, como si tuviera que cumplir penitencia por un pecado que quizás aún no había cometido, buscaba la piedra con más historia, la foto con mejor ángulo y el petroglifo más enrevesado. Observaba el país vecino y el ferry que cruzaba una y otra vez desde Camposancos a Caminha; maravillada por este extraño planeta en el que un puñado de metros supone un cambio horario, una lengua distinta y un montón de libros de texto que cuentan a los niños otra Historia. Subía al Pico Facho, me perdía en las “13 reviravoltas”, subía al Pico San Francisco…siempre con el afán de perseguir el curso del escurridizo Miño río arriba, hasta Tui, para respirar la tensión que expiraban las fortalezas defensivas siglos atrás.


Después caía la noche, todos se iban y me sentía el ama de llaves del Monte. Me quedaba a ver anochecer. El tiempo parecía haberse detenido y el espacio parecía haber penetrado en otra dimensión. Ya no sabía si seguía en el siglo XXI o si la citania había pactado con la Luna, que bajo su luz brillara siempre el siglo I. Y la verdad, no me importaba.

A la mañana siguiente volvía a despertarme con el primer rayo de luz para ver el amanecer más bonito que pueda existir.


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