martes, 22 de noviembre de 2011

Caprichos de Morfeo

Más o menos todas la criaturas seguimos el mismo ciclo: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Vale que ahora cada vez el ciclo es más heterogéneo: unos no se reproducen, otros se niegan a crecer, hay quienes investigan cómo volverse inmortal... Pero al margen de esto, podemos aceptar que este ciclo es el que hace posible que los humanos tengamos algo en común con una lechuza, un tulipán, un grillo o un helecho.

Pero hay algo que nos diferencia totalmente: el sueño. Morfeo, el dios del sueño, cuando repartió la vigilia y el imsomnio no fue imparcial. ¡Está claro que tenía debilidad por los koalas, que las orcas pequeñas no le hacían ninguna gracia y que odiaba profundamente (como una servidora) a las hormigas!

De acuerdo, me explico:
  • Un koala puede dormir hasta 22 horas al día
  • Animales como las focas, ciertos pájaros o lagartos, pueden dormir primero con una mitad del cerebro y después con la otra, permaneciendo así siempre alerta
  • Las hormigas no duermen (ahora me explico que trabajen tanto)
  • Las jirafas duermen 7 minutos y de pie
  • Las orcas y algunos delfines no duermen en su primer mes de vida (¡pobres padres!)
  • Los lirones grises duermen desde septiembre a mayo, y de mayo a agosto llegan a dormir 19 horas al día (de estos conozco a unos cuantos)
  • Los delfines duermen con un ojo abierto
  • Las ballenas duermen mientras nadan (por lo que supongo que el accidente con formaciones rocosas submarinas está entre las principales causas de su muerte)
¡Y no me lo he inventado yo! más y mejor en:

jueves, 10 de noviembre de 2011

Una vez viví allí


Hoy he recordado que una vez viví allí.

De día subía y bajaba el Vía Crucis decenas de veces, como si tuviera que cumplir penitencia por un pecado que quizás aún no había cometido, buscaba la piedra con más historia, la foto con mejor ángulo y el petroglifo más enrevesado. Observaba el país vecino y el ferry que cruzaba una y otra vez desde Camposancos a Caminha; maravillada por este extraño planeta en el que un puñado de metros supone un cambio horario, una lengua distinta y un montón de libros de texto que cuentan a los niños otra Historia. Subía al Pico Facho, me perdía en las “13 reviravoltas”, subía al Pico San Francisco…siempre con el afán de perseguir el curso del escurridizo Miño río arriba, hasta Tui, para respirar la tensión que expiraban las fortalezas defensivas siglos atrás.


Después caía la noche, todos se iban y me sentía el ama de llaves del Monte. Me quedaba a ver anochecer. El tiempo parecía haberse detenido y el espacio parecía haber penetrado en otra dimensión. Ya no sabía si seguía en el siglo XXI o si la citania había pactado con la Luna, que bajo su luz brillara siempre el siglo I. Y la verdad, no me importaba.

A la mañana siguiente volvía a despertarme con el primer rayo de luz para ver el amanecer más bonito que pueda existir.